El día 3 de agosto desayunamos temprano. Apenas eran las 7 de la mañana. Pensábamos ir de compras y conocer lo más posible la ciudad. Decidimos no utilizar taxis. Usamos el transporte público. Los buses gozan de una visibilidad más amplía y también tienen su atractivo. En El Paso existe el llamado Sun Metro que provee transportación para todo el condado. La terminal central quedaba a corta distancia del hospedaje.
Las primeras orientaciones las recibimos de parte del recepcionista del hotel. Nos dio algunas indicaciones y partimos caminando hacia la terminal de buses. Allí recogimos un mapa que explicaba los trayectos de cada ruta y sus respectivos horarios. Nuestro primer destino era Walmart. Para ello usamos la ruta # 59. Esta no tenía casi paradas intermedias sino que iba directo hasta otra terminal por un expressway. Desde allí se caminan unos pasos y llegas al centro comercial. Está relativamente cerca.
Durante el trayecto pudimos apreciar una buena parte de la ciudad. La vía posee una altura mayor que el resto de las calles que la rodean. También se ve una parte de Ciudad Juárez. En especial se distingue el gigantesco “ Monumento a la Mexicanidad”, uno de los sitios más llamativos de la zona fronteriza. Se trata de una imponente escultura roja en forma de “X” de más de 60 m de altura que se aprecia completamente desde el territorio norteamericano.
Cuando bajamos del autobús varias personas fueron caminando junto a nosotros hacia Walmart. Aunque la distancia es corta, es necesario atravesar un pequeño puente. Los peatones van por una franja cercada que bordea la vía de los autos. Al finalizar, la pasarela atraviesa el estacionamiento hasta llegar a las instalaciones de la tienda. En el camino estuvimos si acaso cinco minutos. A pesar de que nos detuvimos a mirar los objetos que tenía una señora para la venta sobre una mesa en las afueras del local.
Cuando entramos a las instalaciones de Walmart eran exactamente las 9:50 a.m. La hora la recuerdo perfectamente. Una vez adentro nos separamos. Ana María se quedó mirando en el departamento de joyería y yo continué hasta el final del pasillo buscando los artículos deportivos.
Ella estaba interesada en comprar varios perendengues para llevar de regalo. Collares, aretes y demás. A su vez, yo buscaría los utensilios necesarios para el camping que íbamos a realizar al día siguiente. Acordamos encontrarnos más tarde en el departamento de electrónica. Sin embargo, ese reencuentro nunca ocurrió. Ana María murió probándose una gargantilla según me contó la empleada que la estaba atendiendo en el momento del tiroteo. La señora se había salvado de milagro de acuerdo a lo que me dijo.
— No te vayas a perder. Recuerda que acordamos no estar mucho tiempo aquí — me dijo Ana María antes de separarnos.
— Como me voy a perder en esta tienda ¿tú crees que este es el Macy 's de Herald Square? — le conteste sonriendo.
Cuento todas las nimiedades ocurridas. Ésta, en particular, porque deseo dejar constancia de las últimas palabras de Ana María. Dolorosamente después de aquel intercambio, no la volví a ver viva. No obstante, su voz, sus gestos y todo lo que rodeó esos definitivos instantes, jamás se han borrado de mi mente. Momentos estelares que cambiaron para siempre mi vida, ya que nunca he vuelto a ser el mismo. La muerte de mi esposa también fue mi propia muerte.
Mientras observaba en el departamento deportivo una mujer se me acercó para preguntarme en dónde se pagaban las cuentas de electricidad. Pero no le supe decir. No tenía ni la más mínima idea. Pero le sugerí que indagara con un caballero uniformado que se encontraba arreglando las bicicletas. Ella le preguntó y cuando volvió a pasar por mi lado dio un salto. En ese mismo instante sonaron tres disparos que la asustaron. Y aunque los tiros procedían de las afueras del local, se oyeron perfectamente.
— Parece que alguien disparó en el estacionamiento — le comenté cuando se detuvo frente a mí.
— Pues sí — contestó y continuó la marcha.
Cuando la señora llegó al final del pasillo y quiso doblar hacia la izquierda, cayó herida en el piso . Pues la balacera continuó en el interior de Walmart. El disparo que la alcanzó formaba parte de varias ráfagas de alto calibre que fueron lanzadas en el interior del recinto. La confusión se apoderó de los que estábamos cerca. No sabíamos si correr a auxiliarla o tratar de ponernos a salvo. Varios nos refugiamos debajo de los estantes. Otros entre la mercancía o donde hubiese un espacio que brindara un mínimo de protección. Mientras que los tiros continuaban retumbando cada vez más cerca.
A todas estas los gemidos de las personas heridas se esparcían en todas las direcciones enajenando aún más el ambiente. Algunos gritaron por miedo, otros cayeron bajo un ataque de pánico colectivo. De manera tal que en pocos segundos el terror se apoderó del lugar y aquello se volvió un infierno. A esa hora ya algunos habían muerto por el fuego de la metralla. Mientras que los que todavía estábamos con vida no salíamos del asombro. En aquellos momentos yo juraba que eran varios individuos los que llevaban a cabo la balacera. Me resultaba inconcebible que una sola persona fuese capaz de semejante cacería humana.
Desde mi escondite pude ver a tres mujeres corriendo hacia la puerta de emergencia. En la carrera lograron brincar una barda y salieron del área de peligro. Sin embargo, cuando un señor alto, rubio, con aspecto de europeo trató de hacer lo mismo, fue alcanzado por las balas . El hombre cayó muy cerca de mí. Casi sobre mis pies. Y aunque el tirador no logró distinguirme, hizo dos disparos contra el cajón que me servía de protección.
En medio de aquella locura mi mayor preocupación era Ana María . No la había vuelto a ver ni tenía la menor idea de cómo la estaba pasando. Pues como dije antes, ella se había quedado casi a la entrada en la sección de joyas y fantasía. No obstante, me resultaba imposible salir a averiguar sin tener con qué defenderme. Ya que el agresor continuaba con su indiscriminada matanza sin hacer preguntas o decir una palabra. Lo más que hice fue cambiar de sitio con mucho sigilo. Llegué justo hasta la orilla del pasillo principal. Fue desde allí que pude ver al atacante.
El hombre me dio la sensación de ser muy joven como en efecto lo era. De tez blanca, delgado y mediana estatura. Traía puesta una camiseta negra por fuera de su pantalón marrón. Sobre su cabeza había colocado protectores auditivos para protegerse de los estruendos de las balas. También usaba lentes blancos, similares a los de John Lennon.
En el instante en que saqué la cabeza para observarlo mejor, pude apreciar como hacía el cambio de cartucho del fusil. Mientras que a su lado dos mujeres estaban cubiertas de sangre. La imagen era macabra. Una de ellas, que todavía estaba viva, se quejaba de dolor. Sin embargo, el asesino ni siquiera se inmutó. Llegué a pensar que estaba frente a una pantalla cinematográfica viendo una película de terror.
Por instinto regresé a toda prisa a mi escondite inicial. Corría mucho peligro estando tan cerca del tirador.
En esos precisos momentos dos empleados de la tienda comenzaron a gritar en inglés y español, "¡Corran, corran, corran, corran!”. Un grupo de personas arrancó tras ellos hasta la puerta de incendio y lograron escapar. Yo tuve la oportunidad de hacer lo mismo, pero no lo hice por una cuestión moral. Debía dar con el paradero de Ana María antes de huir.
Algo dentro de mí me decía que Ana María se encontraba bien. Tal vez escondida debajo de cualquier estante esperando a que todo pasara para reencontrarnos. Llegué a esta conclusión porque parecía que el tirador o los tiradores, se habían centrado más en disparar en el departamento de víveres que en la sección de joyería. Desgraciadamente en esta hipótesis también me equivoqué.
Por la cantidad de disparos realizados daba la sensación de que el tipo no andaba solo. Si no que formaba parte de un grupo que perseguía el mismo objetivo. Pero mi mente era un volcán. No podía razonar correctamente ni recomponer mis puntos reflexivos. Por eso cualquier cálculo que hiciera no era confiable.
Incluso llegué a pensar que ante tanta incertidumbre era mejor estar herido. A veces un golpe o un disparo duele menos que ver la propia ejecución del acto. Franz Kafka, uno de los narradores más grandes del siglo XX, explicaba algo similar en una famosa carta que le hizo a su padre.
“…es verdad que apenas me has pegado alguna vez de verdad. Pero aquellas voces, aquel rostro encendido, los tirantes que te quitabas apresuradamente y colocabas en el respaldo de la silla, todo eso era casi peor para mí. Es como a alguien que van a ahorcar. Si lo ahorcan de verdad, ha muerto y todo ha terminado. Pero si tiene que ver todos los preliminares del ahorcamiento y solo cuando le cuelga la soga delante de la cara se entera del indulto, puede que quede dañado para toda la vida.”
Al cabo de varios minutos cesaron los disparos. Solo se escuchaba el quejido de las personas heridas y algunas voces fuera del local. Luego se comenzó a oír el ruido de las sirenas de la policía que arribaban a la escena. En un inicio nadie se movió del espacio que había escogido para escapar de la metralla. Pero apenas aparecieron los primeros uniformados del equipo Swat, todos empezamos a salir a los pasillos. Sin embargo, rápidamente fuimos arrinconados en una esquina y obligados a levantar las manos. La escena se llenó de policías y agentes encubiertos en un dos por tres.
También comenzaron a llegar camilleros para ir sacando a los heridos. Durante la operación no pudimos distinguir a los lesionados pero sí escuchar sus gritos. Y como la mayoría de los que estábamos retenidos en el fondo teníamos familiares en la zona de riesgo, comenzamos a protestar. Exigimos que nos permitieran llegar hasta ellos para identificar a los caídos. Sin embargo, el oficial que aparentemente dirigía el grupo se acercó a nosotros y nos dijo:
— Por favor, es necesario que todos cooperen. Las personas que fueron heridas ya están siendo atendidas. Cuando culmine la operación podrán estar con sus familiares.
— ¿Y quién me garantiza que mi hija está bien? — gritó un señor que estaba a mi lado, mientras todos comenzamos a respaldar su reclamo.
La gente siguió exigiendo mientras que un grupo de policías se fue aglomerando a nuestro alrededor impidiéndonos el avance. De tal manera que los reclamos no sirvieron de nada y fuimos silenciados. Posteriormente, nos obligaron a salir en fila por una puerta trasera hasta llegar al estacionamiento. Allí tenían preparado una especie de área restringida para evitar que se llegara hasta las ambulancias que recogían los heridos. Además, había un cordón policial a la entrada de Walmart que hacía imposible cualquier movimiento.
La desesperación fue ganando terreno entre los familiares y se inició una batalla verbal con la policía. Dijimos muchas cosas sin pensarlas dado el nivel de frustración que nos invadía. Incriminamos a los oficiales e incluso una mujer comenzó a golpear con sus manos el pecho de un oficial. La pobre señora se encontraba bajo un ataque de nervios incontrolable. No obstante, la furia del resto del grupo no se desbordó gracias a la paciencia de las autoridades. Ellos en todo momento buscaron la forma de hacernos entender la delicada situación.
En medio de aquella atmósfera enrarecida se acercó un oficial del FBI y nos explicó que las víctimas ya habían sido trasladadas a los diferentes centros médicos de la ciudad. Que el asunto no estaba en sus manos. Y de inmediato autorizó nuestra salida del perímetro acordonado para que cada quien, por su cuenta, saliera en busca de sus familiares en clínicas y hospitales de El Paso. En particular mencionó a “Del Sol Medical Center”, el “Centro Médico de la Universidad de El Paso” y el “Hospital Infantil”.
Si algo me quedó claro en aquel momento fue que Ana María había sido alcanzada por los disparos. Porque quienes no esperaron a su familia en las afueras de Walmart era porque estaban muertos o heridos. Recuerdo que en ese instante solo se hablaba de tres fallecidos y todos hombres. Algo que me llenó de optimismo. Por eso no demoré un segundo y salí corriendo a buscar un taxi para tratar de encontrar a Ana María en alguno de los centros médicos mencionados.