Si se mira con detenimiento la cerradura no tiene nada de especial. Es muy similar a las que se usan en el gimnasio. Sin embargo, el código para abrirla sólo lo conocía el psiquiatra Ian Stevenson. Puede ser una palabra de seis letras convertida en números. Quizá números y letras como la contraseña de un gmail. No se sabe. Lo cierto es que el científico la estableció mucho antes de morir.
Esto lo hizo años antes de jubilarse como director de la División de Estudios Perceptivos (DOPS), una unidad de investigación parapsicológica que fundó en 1967 dentro de la facultad de medicina de la Universidad de Virginia. Al parecer todo forma parte de un gran experimento sobre casos de personas que recuerdan sus vidas pasadas.
Stevenson llamó a este experimento La Prueba de la Cerradura de Combinación para la Supervivencia. Pensó que si podía transmitir el código a alguien desde la tumba, podría ayudar a responder las preguntas que lo habían consumido en vida: ¿Es posible la comunicación desde el “más allá”? ¿Puede la personalidad sobrevivir a la muerte corporal? ¿Es real la reencarnación?
Stevenson registró cientos de casos de niños que afirmaron recordar vidas pasadas. Jim Tucker, que fue jefe de la Clínica de Psiquiatría Infantil y de Familia de la universidad, lleva más de dos décadas investigando reencarnaciones de vidas pasadas. Recientemente se jubiló después de haber sido el director de DOPS desde 2015.
Tucker se enteró de la existencia de la DOPS en 1996 por un periódico local, The Daily Progress de Charlottesville, que había hecho un reportaje sobre Stevenson después de que éste recibiera financiación para entrevistar a personas sobre sus experiencias cercanas a la muerte. Y atraído por el trabajo empezó a trabajar como investigador.
La DOPS es una institución curiosa. Sólo hay unos pocos laboratorios en el mundo con investigaciones similares. Los más conocidos son la Unidad de Parapsicología Koestler de la Universidad de Edimburgo, en Reino Unido y el Laboratorio de Investigación de Anomalías de Ingeniería de Princeton, que se centraba en telequinesis y percepción extrasensorial.
El ambiente en el sitio es de calma. Hay pocas señales de actividad. En el laboratorio del sótano hay una jaula de Faraday revestida de cobre, que se usa para evaluar experiencias extracorpóreas, y cabezas de maniquí de gomaespuma con electroencefalogramas. Arriba de la Biblioteca Ian Stevenson (con más de 5.000 libros y escritos sobre vidas pasadas) hay una vitrina con cuchillos, espadas y mazos, armas descritos por niños que recuerdan un final violento en una vida anterior.
En algunos casos, los recuerdos son muy claros: nombres, profesiones. peculiaridades de un grupo diferente de parientes; particularidades de las calles en las que vivían; e incluso recuerdos de oscuros acontecimientos históricos: detalles que el niño no podía conocer.
Cada año, la DOPS recibe más de 100 correos electrónicos de padres en relación con algo que ha dicho su hijo. Dirigirse a la división suele ser un intento de aclarar las cosas, pero los investigadores nunca prometen respuestas. Su única promesa es tomarse en serio estos reclamos, “pero en cuanto a que el caso tenga suficiente entidad como para investigarlo, suficiente peso como para verificar potencialmente que coincide con una vida pasada, esos son muy pocos”, afirma Tucker.
Mientras esto sucede, el pequeño baúl de cuero sigue esperando que alguien reciba una señal para abrir su cerradura. Después de medio siglo, en cualquier momento puede llegar la respuesta desde el más allá.