El Paso comenta

La exquisitez del periodismo latinoamericano

 

El escritor Gabriel García Márquez decía que «El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad». Y para completar la idea sería bueno apuntar un concepto de un político mexicano conocido como el Benemérito de las Américas (BJ) que señalaba que, «La emisión de las ideas por la prensa debe ser tan libre como es libre en el hombre la facultad de pensar».

Me atrevo a decir que para los tiempos que vivimos, Vicky Dávila, Eduardo Feinmann, Héctor Aguilar Camín, Carlos Loret de Mola y Jorge Ramos, son algunos de los muchos periodistas que llevan la vanguardia del periodismo latinoamericano. Quizá en el peor momento que le ha tocado vivir a los medios de comunicación. Debido a la ascendencia de las redes sociales que compiten sin reglas, sin códigos y a veces hasta sin escrúpulos. A la dispar competencia sumemosle los riesgos que implica hacer periodismo en algunos de nuestros países.

Los curiosos siempre nos preguntamos:¿En qué consiste el buen periodismo?”. Primero debemos saber distinguir entre el periodismo como negocio, como profesión o como actividad para ganarse la vida. Pero en cualquier caso, separar el imperativo de los beneficios, así como la mano dura de propietarios, los anunciantes, los grupos de presión y las fuerzas políticas y salir indemne no es cosa de juego. Pocos resisten, aunque muchos lo intentan. Sin tener en cuenta los peligros que acechan al periodismo en muchos de nuestros países.

La primera definición de “periodista” que escuché fue que es la persona que se gana la vida editando o escribiendo para un medio de comunicación. Sin embargo, el buen periodismo se conoce cuando trata de llegar a la verdad o, al menos, a una parte importante de ella. Y busca todas las fuentes posibles, incluidas las que son difíciles o peligrosas de alcanzar.

Entonces comprueba los hechos y hace juicios explícitos acerca de la calidad de las pruebas. Luego trata de contar la historia, de describir, mostrar, explicar y analizar, tan clara y vívidamente como sea posible, haciendo que la materia sea accesible a públicos que de otra forma no la conocerían.

De ahí que la mayoría de los periodistas reconocidos hayan tenido una etapa como reportero, porque en el fondo son quienes buscan las verdades bajo cualquier circunstancias. Exceptuando, claro está, al reportero amarillista que revuelve en cubos de basura, accede ilegalmente a teléfonos móviles y obtiene de modo fraudulento (“sonsaca”) información médica personal con el objeto de sacar a la luz la vida privada de una persona conocida. Meramente para excitar a los lectores, vender más diarios y complacer a su jefe, sin que la revelación obedezca a ningún genuino interés público.

En medio de este torbellino hay periodistas como Carlos Loret de Mola que se juegan la existencia en cada relato, en cada columna (El Universal), en cada transmisión. Genuinos guerreros frente a la corrupción y las dictaduras como Eduardo Feinmann (Clarín, La Nación) que en cada instante deja en claro los valores democráticos. Un Héctor Aguilar Camín (El maestro, el escritor, el historiador) que no se calla ante los abusos del poder. Una Vicky Dávila (Revista Semana) que ha roto todas las barreras del buen periodismo y que tiene incluso suficiente “madera” para asumir las ruedas de su bella Colombia.Y un Jorge Ramos (Venevisión) que nos hace sentirnos orgullosos como hispanos. Esto es sólo por mencionar a algunos. Pero hay muchos.

Ellos cumplen y defienden lo que exigimos los ciudadanos: que los medios de comunicación sean libres de censura, diversos y fidedignos. Sin olvidar la sabiduría de Orwell cuando decía: “Por si no lo he dicho antes en algún sitio del libro, lo diré ahora: desconfíen de mi parcialidad, de mis errores de hecho y de la distorsión inevitablemente provocada por haber visto solo un ángulo de los acontecimientos”. Porque en el fondo, los periodistas también tienen su corazoncito.
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